Espiritualidad
del ORDO VIRGINUM
La virgen consagrada está llamada a vivir el Evangelio de Jesucristo, "en el mundo sin ser del mundo" (Jn.17,15). En calidad de Esposa de Cristo, unida a Él por un vínculo solemne, está llamada a ser un signo trascendente del amor con que la Iglesia responde al amor de Cristo Esposo, Señor y Redentor. A semejanza de la Virgen María, es un testimonio del misterio de la Iglesia: Virgen por la integridad de su fe, Esposa por su indisoluble unión con Cristo y Madre por la multitud de hijos. Como virgen consagrada se sabe amada por Dios con predilección particular y custodiada por este mismo amor. Va aprendiendo a corresponderle entregándose como "don sincero" al Señor, Redentor del hombre y Esposo de las almas. El estado de virginidad, como elección, sólo puede comprenderse desde esta dimensión de amor esponsal a Cristo. Ella busca apasionadamente hacer don de toda su persona a Él y es, en esta donación amorosa, que su ser de mujer se realiza (cf. Mulieris Dignitatem, 20). El Espíritu Santo le concede la fecundidad espiritual; su maternidad se expresa en la preocupación por todos los hijos de la Iglesia, compartiendo sus alegrías y tristezas, en particular las de los más necesitados. Esto lo realiza a través, de la oración perseverante, el consuelo de los afligidos, la ayuda a los pobres y desvalidos, y sobre todo mediante el ser presencia amorosa y solicita que acompaña, a semejanza de María, en las Bodas de Caná o al píe de la cruz. La virgen consagrada expresa así la piedad y la caridad de la Iglesia Madre, siendo sus horizontes de la caridad, los mismos horizontes de Cristo. (Cf. Juan Pablo II. Discurso 25º aniversario de la promulgación del Ritual de la consagración de vírgenes, 2 junio 1995; 5). La virgen consagrada, en su consagración hace el propósito de virginidad, es el propósito santo de seguir más de cerca de Cristo. En este propósito se encuentran contenidos también los consejos evangélicos de obediencia y pobreza de una forma singular. Obediencia: actitud interior de disponibilidad, docilidad y fidelidad a la voluntad de Jesucristo y, en consecuencia, a la Iglesia y a su Magisterio en la persona del Obispo Diocesano. Pobreza: se manifiesta en el uso instrumental de los bienes materiales en la medida que sean necesarios para la propia vida, para un servicio eficaz a la Iglesia y una acción apostólica en el mundo.